21-07-10

El Cantero


Justificar a ambos lados

“Será de un espesor mediano, cosa que resista un golpecito pobre y nos regale campana. Llevará un agujero al centro, gordo como la guata del tata. Un cántaro será, un vaso hinchado, una galaxia de arcilla blanca. Una boca de mi desierto”


Era el tercer cigarro que le soplaba en la plaza de armas, haciendo la hora para entrar a la tienda. Miraba a un pintor que le recordó a su tío “Huaila”, artesano nortino. Choreado, al medio de puro cemento veia la inercia de los transeúntes en su apresurado andar. “Te vai a conocer el mundo mijo” le repetía Mamita varias veces antes de irse a Santiago. Se quedó en medio de ese recuerdo de hace unos años y pudo dibujar tan claro las arrugas de Mamita, esa expresión de perra vieja, que a él le dolía, el aire del valle a pleno sol parecía tirarle arena en los ojitos siempre llorosos de la abuela. De pronto el timbre agudo del campanazo de las doce, venciendo con esa voz metálica y casi agónica –sonido que era único y llamativo en cualquier plaza de otro tiempo- por entremedio del bullicio del centro de Santiago. Sus oídos conectaron y miró lo alto de la catedral. Llevó su palma derecha a la frente pa cubrir sus ojos del sol que quemaba tras la cruz. Caminó hacia la iglesia. Entró. Había misa, alguien volteó a mirarle desde la última fila como si hubiese sentido su presencia. Siguió andando por el pasillo central. Algunos feligreses comenzaron a observarle. Pero él avanzaba, decidido. Un paso tras otro. Las miradas de la gente se cruzaban, las cabezas ululaban, hacia el padre que dirigía la misa sin percatarse del suceso y especies de "codacitos" iban repartiéndose. Todos arrugaban las cejas y mandaban gestos al cura, pero aún nadie se atrevía a alzar la voz. Vio una puertecita, tras la virgen María y fue hacia ella. El cura, recién lo divisó casi cuando lo tuvo al frente , empezando a mirar al resto de las personas se dió cuenta de que todos movían sus brazos y un murmullo que parecía un zumbido de abejas se dejaba oir. Pero nadie aún se atrevía a alzar la voz. El sacerdote reaccionó y luego de hacer una seña a los acólitos increpó al joven preguntándole que quería, que porque... Al ver que él no se detuvo se extrañaron y los tres se le fueron acercando. Pero él no se detuvo ni les miró. Pasó por el balconcito, luego el altar de la virgen y abrió la puerta. Estaba todo oscuro, caminó dos, tres pasos y tropezó con las escaleras. Subió rápidamente. El cura lo siguió junto a los acólitos. Alguien entre las gentes ya había prendido su celular y se disponía a llamar a carabineros, todos hablaban y varias señoras de rosado se retiraban de la misa. Un señor de lentes comentaba, sobajeándose las manos, que podía ser un atentado terrorista. Justamente entre las personas había un oficial del ejército, pero estaba tan al fondo que recién se empezaba a percatar de lo ocurrido. El joven llegó a la altura. Miró por entre un gran vidriar el cielo, bajó la vista hacia los árboles, los pintores de la plaza de armas y centenares de cabezas pegadas unas a otras. Abrió la última puerta, mientras oía el sonido de los pasos en los escalones venir. Por un momento salió de su trance y quiso regresar a la plaza, a fumar tranquilo el último cigarrito antes de volver a la tienda. Pero sacudió la cabeza y cerrando los ojos fuertemente, como un tic nervioso abrió la última puerta. Se dirigió directo hacia la campana. La abrazó. El cura llegó en ese mismo instante, tembloroso. Lo miró, mientras apoyaba una mano en el umbral de la puerta, casi cayéndose de la agitación y del susto junto a los acólitos que espiaban inseguros detras de él, esperando alguna reacción. Más atrás venía el oficial y los carabineros ya estaban sacando a la gente de la iglesia. En la sala de algún periódico habían recibido la "noticia" y se alistaban para salir con sus grabadoras y petacas a cubrir el posible "atentado". Mientras él volteó con fuerza la campana. Miró al cura, arrugó sus mejillas morenas y con los ojos vidriosos, entregados al embrujo de Mamita, del tío Huaila, quizá del mismo sol, le prometió al padre "fabricar un cantarito ma’ chico pa la otra”.

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